Desde Bagdad a Bangalore y a Vancouver, aún puedo escuchar su grito típico sefaradí.
Cada vez que había una celebración, mi abuela emitía un grito típico de los judíos sefaradíes. Esto siempre era un recordatorio de mi tradición. Crecí esperando que ella lo hiciera también cuando yo caminara por el pasillo en mi boda.
Mi abuela era una orgullosa, feroz y cariñosa judía sefaradí que mantuvo su identidad intacta a pesar de haberse mudado de Bagdad a Bangalore y luego a Vancouver.
Mi abuela tenía muchos nombres. En árabe se llamaba Kamal, en hebreo Seraj y en Canadá por lo general la llamaban Sara Moses. Sus 11 hijos e hijas se referían a ella con cariño como “el general”.
Yo la recuerdo como una matriarca muy colorida, con pulseras, anillos y aretes de oro y su cabello rojizo siempre intacto. Cuando tenía 90 años, aplaudía y cantaba con grabaciones de plegarias sefaradíes y veía videos en hindi y árabe.
Ella recibía 2 docenas de invitados para las cenas de Pésaj, Rosh Hashaná y los viernes por la noche, regateando con los dueños de las tiendas para recibir un mejor precio. Una vez regateó por el precio de una sandía con el encargado de un negocio. Yo me sentía muy avergonzada, hasta que me di cuenta de que ambos la estaban pasando muy bien.
Hoy en día, cada vez que arrojo comida a la basura escucho la voz de mi abuela regañándome en árabe: “¡Wi! ¡Majlel!” (“Es un pecado”).
Mis abuelos estuvieron entre los fundadores de la sinagoga Beth HaMidrash en Vancouver, Canadá. Recuerdo estar sentada junto a mi madre y mi abuela escuchando los antiguos cantos y rezos sefaradíes. Era como estar de regreso en la época en que los judíos vivían en el Medio Oriente o en España. Era mágico, pero no exótico. Simplemente era quienes éramos de verdad.
Cuando mi abuela tenía más de ochenta años, ella les ordenó a los hombres que rezaran arriba para que las mujeres pudieran encontrarse abajo. ¡Nadie se atrevió a cuestionar al general! Ella sabía hacerse escuchar cuando lo necesitaba, a pesar de no haber aprendido nunca a leer ni a escribir. En el brit de uno de mis sobrinos, incluso le dio un consejo al mohel. El rabino que estaba presente le dijo al mohel que le hiciera caso a mi abuela.
Cuando los turcos ocuparon Irak, mi abuela era una adolescente y trabajaba en la tienda de su padre. Cuando veía que llegaban soldados turcos a exigir que les dieran dinero, mi abuela valientemente escondía el dinero en su delantal y salía cuando los soldados turcos entraban.
Por eso no fue realmente una sorpresa cuando mi madre me contó que mi abuela jugaba con serpientes cuando era niña. Samra, la abuela de mi abuela Kamal, tenía de mascota a una serpiente que dejaba protegiendo a un nuevo bebé en la casa. Cuando Samra regresaba, la serpiente estaba arqueada y lista para atacar a cualquiera que se acercara a la cuna.
Los parientes de mi abuela se le presentaban en sueños. Ella también sentía cuando un amigo o pariente estaba enfermo incluso antes de que ellos lo supieran. Y los llamaba para ver si podía ayudarlos.
También podía ver las ocasiones alegres antes de que ocurrieran. Cuando tenía 34 años empecé a salir en citas con mi actual esposo Irwin Levin. De pronto mi abuela comenzó a formularme preguntas tales como: “¿Dónde está hoy tu esposo? ¿Lo verás esta noche? ¿A dónde vas a ir mañana con tu esposo?”.
Mi abuela se casó cuando tenía 15 años. El matrimonio fue arreglado, pero ella lo había escogido cuando aún eran niños.
Mi abuelo Guergi (George) iba por la calle a visitar a mi abuela y sus chaperonas en Shabat. Como aún acostumbran algunos judíos de Irak, él iba vestido con su pijama. Después de todo, era un día de descanso.
Mis abuelos se casaron y sus dos primeros hijos nacieron en Bagdad. Poco después mi abuelo fue encarcelado y golpeado por un crimen que no había cometido. La comunidad judía se unió y contrató a un abogado británico.
Apenas mi abuelo regresó a la casa, la joven familia se fue de Bagdad para empezar una nueva vida con parientes en Bangalore, India. En algún momento durante la década de 1920 mi abuelo comenzó a vender ropa, con un caballo y una carreta, en su nueva ciudad. Mi abuela diseñaba ropa y eventualmente mi abuelo abrió otra tienda.
Más o menos cada dos años había otro niño que alimentar. Mi abuela dio a luz a 16 niños. Once sobrevivieron: seis nenas y cinco varones, en ese orden. Mi madre, Joyce, fue la quinta niña.
Ella recuerda haber mirado por la ventana más alta de la tienda y ver a Mahatma Gandhi o Gandhije –como lo conocían sus seguidores– caminando con una procesión de personas a su alrededor, en directo desafío a la ocupación británica.
Fue una época emocionante para la familia. El primer ministro Nehru iba a la tienda cuando visitaba Bangalore. Mi abuela, con los niños y una sirvienta, visitó una vez al hijo del Maharaja para llevarle ropa que mi abuela había diseñado para su madre.
A la tienda también iban amigos hindúes y musulmanes.
Aunque la familia pensaba que la ocupación británica era una desgracia, mi abuela cocinaba regularmente cenas de Shabat para los soldados judíos británicos y norteamericanos. Mi abuela también era una excelente casamentera. Uno de los soldados se casó con una tía.
Después de la guerra civil la familia se mudó a Vancouver, Canadá, en donde mis abuelos comenzaron una vez más y abrieron otra tienda. Durante años, fueron parte de una pequeña pero vital comunidad sefaradí.
Mis abuelos
Mi abuelo falleció cuando yo tenía 23 años, y mi abuela cuando yo tenía 39. Ella tenía noventa y tantos años. Mi esposo y yo nos casamos seis meses después afuera de la sinagoga Beth Hamidrash.
En mi boda no se escuchó el grito sefaradí típico de mi abuela. Pero ese día mi madre y yo sentimos la presencia de Sara Kamal Moses. Para mí, era como si su espíritu estuviera en el viento, bailando alrededor de los postes de la jupá.
Fuente:Aishlatino